Cuando nada más quedan las palabras

El ejido Palma Grande se encuentra en las inmediaciones la laguna de Agua Brava, una de las áreas de mangle mejor conservadas de la Reserva de la Biosfera Marismas Nacionales. Hace tres días había volado sobre esta zona, que desde el aire parecía como si enormes venas de chocolate se extendiesen por el manglar dándole vida. Por eso, ya en tierra, me sorprendió gratamente descubrir el trabajo que está llevando a cabo el ejido Palma Grande en su área de conservación comunitaria del manglar. Bajo el liderazgo de la maestra Guadalupe Medina –presidenta del Comisariado y una mujer encantadora– los integrantes de la comunidad llevan a cabo un minucioso trabajo de manejo sostenible de manglares.

A última hora de la tarde salimos con la maestra Lupe en una de las pangas para hacerle una entrevista en el corazón del manglar. No teníamos motor porque el otro grupo de fotógrafos se había ido a buscar aves por los canales llevándose la única barca motorizada que estaba disponible, así que le pedimos a Heraclio Rosas “El Chato” –un tipo callado y tranquilo de los que te dan buena espina desde el principio– que nos acercase a algún lugar tranquilo para la grabación. Una vez finalizada la sesión, ya de regreso con el sol rayando el horizonte, “El Chato” fue  tomando confianza –será el anonimato de la oscuridad– y comenzó a hablarnos de su vida. En sus palabras se contaba una historia que se repite una y otra vez en esta región: la vida de los pescadores de las marismas que no se resignan a cambiar un estilo de vida que han conocido durante generaciones. Gente que “ha ido al norte” y ha vuelto; por amor a su tierra, a su gente, o porque en casa no se está como ningún lado. Ya de noche, con el ruido suave del palanqueo de la panga por el manglar y ensimismado por las historias de “El Chato” ni cuenta me di de la nube de mosquitos que nos seguía. Así tengo hoy los pies.