Hoy es el último día que estoy por Durango y el Gobierno del Estado nos ha concedido otro vuelo para documentar las partes más altas de la sierra (otra vez, muchas gracias), allá donde se escurre el agua que recarga los acuíferos y hace nacer a los ríos que más adelante dan vida al San Pedro Mezquital. Una región silvestre, deshabitada y donde hace falta cierto arrojo para adentrarse. O una avioneta.
Cuando era pequeño y se acercaban las vacaciones de verano en España siempre llegaba la profesora de turno que te hacía la inevitable pregunta “playa o montaña?” (¡cómo si sólo existiesen dos opciones!) Hoy no tengo ninguna duda. Siempre montaña. Y es que las montañas tienen algo que juega a favor para los que disfrutamos de las tierras silvestres: cuesta llegar a ellas. Y la consecuencia natural de este detalle, trivial para algunos, es que suelen tener poca gente. Y por lo tanto, cuando estás en ellas te imaginas muy bien como debió ser todo hace muchos, muchos años. De hecho, a veces te hacen sentir que estás solo en este mundo. Soledad de esa que se anhela, no de la que duele.
Volar por la cuenca alta del río San Pedro Mezquital me ha permitido conocer mejor los verdaderos orígenes de este río. Un cauce que se forma a base de gotas y gotas que escurren por estos cañones y mesetas no puede ser un río cualquiera. Quizá estoy un poco sesgado por esa afinidad natural a las montañas, pero no me negarán que al ver un paisaje como este a uno le entra curiosidad por saber a donde lleva el riachuelo que ha esculpido esas formas sinuosas en la sierra. Bueno, pues a mí ya me encajaron las partes. El mapa del San Pedro Mezquital empieza a estar muy claro en mi cabeza. Tan claro que ya no me cabe duda de que estamos hablando de un río realmente especial.
Esta es mi despedida, por ahora, de la cuenca alta del este río. Toca seguir el trabajo en la oficina y con el equipo de WWF, que se está dejando la piel para darlo a conocer.